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Un pasaporte con páginas infinitas



Tengo que confesar que hace no mucho odiaba leer literatura. Si la historia tuviera un villano culpable, sería el control de lectura. Ese examen era mi tormento cada domingo por la noche. Para mi suerte, hoy amo y disfruto la literatura, pero escribo estas palabras dedicadas a esas personas, a quienes tristemente, el recuerdo del villano todavía perturba. 


Empecemos por el contexto. Incontables ocasiones recuerdo subirme al bus escolar con apuro, el libro partido por la mitad sostenido en una mano. En el trayecto, ojeaba los capítulos finales con la misma desesperación que quien lee un manual del carro cuando la llanta ya se desinfló. Trataba de buscar cada detalle, cada incidente e intentaba crear en mi cabeza un mapa mental de los personajes. No me importaba entender el libro, ni tampoco disfrutarlo. Sólo intentaba aprobar el examen. 


Pero yo no era el único, todos lo hacían. El lunes por la mañana los estudiantes eran zombies cabizbajos con sus pupilas ahogándose en un mar de páginas inacabables. Preguntaba a mis amigos acerca de las preguntas del examen y discutiámos las ideas más importantes, los temas principales y el mensaje del libro. Y siempre alguien (sí, siempre había ese alguien), buscaba en El Rincón del Vago esas últimas preguntas que ni la compañera inteligente sabía.


Recordar estos episodios me causa profunda tristeza. Un descalabro monumental en el diseño del currículum desemboca en estudiantes que odian la literatura. Y la verdad, no los podemos culpar, pues perciben leer como una obligación académica intrascendente. El currículum los entrenó a leer para memorizar el nombre de la tía y la prima para poder dibujar el árbol genealógico con el único propósito de mantener la paz familiar el día que entregan las libretas. 


Aquello que la literatura ofrece no puede ser calificado sobre 10. ¿Cómo sería posible resumir Crónica de una muerte anunciada en una oración? Un libro con tanta complejidad necesita un lector que disfrute la maestría con la que García Márquez va y viene en su relato, por encima de buscar pescar con qué arma matan a Santiago Nasar. Porque es imposible leer una novela policíaca como Muerte en el Nilo, cuando estás más preocupado en memorizar el orden de aparición de los personajes que buscando al asesino. Y es precisamente este ejercicio de sentirnos navegando por el Nilo en el último camarote del barco que Agatha Christie imagina, lo que hace de la literatura un placer: nos envuelve y nos arrastra, hasta que tenemos la valentía de cerrar el libro. 


La literatura, por eso, nos permite viajar sin movernos de nuestra silla. Es algo tan mágico, pero tan sencillo a la vez. Cuando abrimos Relatos de un náufrago podemos sentirnos ahí bajo el sol radiante acompañando la miseria de Luis Alejandro Velasco Sánchez. Estamos juntos padeciendo el sol interminable del caribe colombiano, hamacando nuestra silla simulando las olas que nos mueven. Pero por suerte, podemos cerrar el libro e irnos a dormir mientras nos preguntamos: ¿qué habría hecho yo en esa barcaza a la deriva? 


La literatura nos permite regresar en el tiempo y sentirnos parte del pasado. Por ejemplo, insertarnos en los ríos más rebuscados de la Guajira colombiana en busca de los pueblos que García Márquez narra con tanta precisión. Imaginarnos quizá, cómo habrían sido aquellos viajes en esas débiles gabarras que navegaban río arriba en busca de civilización. Sentir el calor y la humedad de la selva, con los mosquitos y las arañas zumbando, mientras espabilas mirando el aire acondicionado y el repelente sobre el velador. 


La literatura nos permite ir hacia atrás, hacia adelante, a lugares reales y también a aquellos que nunca existirán. Empezamos a leer a Galeano mientras nos recorren unas ganas interminables de conocer el Montevideo que él vivió. O nos sentimos cabalgando a la par del Quijote y Sancho, buscando una posada dónde pasar la noche. Aunque mi vida nunca me lleve a Castilla a ver los molinos de viento que tanto asustaban al Quijote, en mi imaginación yo ya estuve ahí.


Así que para aquellas personas que hoy volverán a leer sabiendo que el lunes no habrá control de lectura, solo un consejo: lean lo que les guste y lo que les aporte. Para mí, leer a García Márquez ha sido una forma increíble de conocer Colombia. Una manera de poder entender su época, sus preocupaciones y su visión de país. Me encantó explorar Cartagena y compararla con la ciudad que él, a través de sus palabras, construyó en mi imaginación. Pero no hay receta correcta, ni orden ideal, ni mala elección. Leer literatura, en sí misma, es una buena elección.


Nuestra lista de Libros Leídos es nuestro pasaporte intelectual. Cada vez que acabamos un libro, un agente de Migración estampa nuestro pasaporte y nos desea un buen vuelo. El piloto dice: “Tripulación, preparados para el despegue” y las mariposas empiezan a volar dentro de nuestro estómago. Ojalá todos conocieran esa emoción de comenzar una nueva aventura literaria; especialmente ese niño desmotivado y triste porque no se acordó en qué barco vino el Obispo el día que mataron a Santiago Nasar.


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