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Conversaciones y montañas rusas




Hace poco tuve una conversación fantástica. Fue tan absurdamente buena que la sentí como un balde de agua fría en un caluroso día de verano. Just what I needed. Así que decidí escribir estas palabras para recordarme lo poderoso y refrescante que es conversar.


Habilidad no enseñada

No existe un Manual de la Conversación. Ninguna materia en el colegio te enseña a conversar. Es un problema, pues la conversación es la forma de comunicación más humana que tenemos. Nos permite nutrir nuestros pensamientos y expresar nuestras emociones. Pero tristemente, conversamos poco y mal. 


Nuestro desarrollo lingüístico académico prioriza casi siempre la oratoria. Por eso, en las exposiciones orales nos preparan para hablar con la mirada en alto y sin titubear, con la misma solidez que un militar se reporta con su superior. Pero las estructuras verbales simples nos impiden transmitir nuestra esencia humana. Las palabras fluyen pero las emociones se quedan atascadas entre nuestra garganta y el Powerpoint.


En la vida, no podemos dejar “las preguntas al final” como nos obligan a hacerlo en las exposiciones. Al contrario, una buena conversación necesariamente requiere que dudemos, que pausemos a cuestionar nuestras ideas. Por eso, aunque el tiempo se acelera, tu mente se concentra en el vaivén de ideas y preguntas que carece de estructura, pero le sobra fluidez. 



¿Cómo definir una buena conversación?

Tengo que ser honesto: de lo poco que sé sobre conversar, la gran mayoría se lo debo a The Lex Friedman Podcast. Las conversaciones largas y sin interrupciones permiten desarrollar ideas con la suficiente profundidad para desenmascarar las verdades que muchas veces escondemos. Además, solo el tiempo nos permite matizar una idea lo suficiente como para transmitir la esencia de lo que pensamos. Es imposible definir lo que pienso sobre algún tema complejo, cuando me pides que lo resuma en un titular de 10 palabras. 


Una buena conversación es un viaje con un inicio pero sin destino definido. Por eso, nada iguala el placer de sentarse a conversar, sin prisa ni agenda, sobre todo o sobre nada.  Las buenas conversaciones se convierten en un juego de dos donde momentáneamente nos prestamos visiones de vida, buscando entender el mundo a través de los ojos de la otra persona.


¿Qué lecciones he aprendido sobre conversar? Dos cosas por sobre todo, curiosidad genuina y un deseo insaciable de aprender.


Curiosidad genuina. Aquí empieza todo. Ninguna conversación que valga la pena comienza con preguntar lo que ya sé, o lo que no me interesa saber. Al contrario, hay que arriesgarse a hacer las preguntas que morimos por hacer; aquellas que si no las hiciéramos, sufriríamos de insomnio toda la noche. Personalmente detesto las preguntas de molde, porque son carcasas vacías sin substancia. Al contrario, en ocasiones he  recibido miradas de asombro por preguntar “¿Quién es tu filósofo preferido?” a alguien que recién conozco. Aunque me miren raro, seguiré creyendo que es mejor morir sabiendo que vivir con la duda.


Además, solo un compromiso activo de aprendizaje nos permite sentar las bases para un entendimiento compartido, especialmente cuando nuestras ideas son notablemente distintas. Por eso, cuando conversamos con alguien que piensa diferente, es todavía más importante escuchar sin prejuicios. Cada comentario se siente como un giro dentro de una montaña rusa que nos sacude intelectualmente. Nos irritamos, gritamos, nos calmamos y volveremos a gritar. Podemos tener náuseas transitorias, pero saldremos fortalecidos. 



Elementos de una buena conversación

No creo que exista la ecuación de la conversación perfecta. Más bien, creo que las buenas conversaciones llegan cuando juntamos algunos elementos. A continuación les comparto mis corta lista de elementos, sin perjuicio de qué para ustedes, estos elementos puedan ser totalmente distintos. 


El espacio físico no es un limitante. He tenido conversaciones igual de profundas en un Uber a la discoteca que paseando sobre la nieve de Boston. El lugar es menos trascendente que conseguir el silencio que permita llegar a desenterrar las verdades profundas que la bulla esconde. Eso sí, es clave evitar distracciones, pues nos mantienen en la superficialidad. Yo procuro voltear el teléfono, ponerlo en silencio y enfocarme obstinadamente en la persona que tengo enfrente. 


Tampoco creo que haya un tema ideal para una buena conversación. He hablado sobre filosofía con la misma seriedad con la que enfrento la inacabable duda: ¿en qué país se come el mejor ceviche? Las buenas conversaciones pueden partir de una pregunta sencilla que evoluciona hasta convertirse en un debate existencial. Yo me dejo llevar por la curiosidad porque como amo decir: no hay pregunta pendeja, sino pendejo que no pregunta. 


Quizá mi opinión más controversial la encuentren aquí: en ocasiones pienso que el alcohol puede llevar a tener mejores conversaciones. No me malinterpreten, no hablo de estar borracho y no poder hilar dos oraciones. Más bien, hablo de dejar que la ingenuidad de un trago lleve a tu mente a las cuevas oscuras que sobrios evitamos. En ese espacio transitorio entre la sobriedad y la incongruencia verbal, los humanos podemos hablar con bastante coherencia. 


Aprender a escuchar

Una de mis mayores lecciones fue entender que aprender a conversar es realmente aprender a escuchar. Hablar es fácil. Los humanos somos capaces de hablar inconscientemente por el tiempo que sea necesario. Es más, cómo muchas veces el silencio nos incomoda, llenamos el aire de pensamientos triviales buscando desinvitar al silencio por miedo a sentirnos solos con nuestras ideas. 


Al contrario, escuchar es bastante más complicado. En esencia, escuchar es entender cómo piensan las demás personas a través de la historia que nos cuentan. Escuchar nos hace más conscientes de nuestras propias debilidades. Pero sobre todo, escuchar nos permite entender que toda persona tiene algo que enseñarte si escuchas con suficiente atención. 


He aprendido también que para seguir creciendo intelectualmente es clave conversar con personas que nos den perspectivas frescas, pensamientos controversiales y visiones del mundo contrapuestas a las nuestras. Estas situaciones nos fuerzan a crecer intelectualmente, aun cuando momentáneamente, lo sentimos como un pinchazo de incomprensión.


Las mejores conversaciones de mi vida

Los últimos días me he preguntado repetidamente: ¿cuál es la conversación que más cambió mi vida? He llegado a la conclusión que es imposible escoger una. Partes tan importantes de mi identidad surgieron porque alguien alguna vez dijo algo que me tocó el alma. Pero sí puedo decir que posiblemente las mejores conversaciones de mi vida son las que pinchan mi fragilidad con cada pregunta. Llegan a mi vida en el momento que menos espero. Son el tipo de conversaciones de las que quiero huir pero no puedo, porque al frente tengo una persona mirándome a los ojos, a quien le debo una respuesta. En estas conversaciones nos damos cuenta que las preguntas fáciles nos ayudan a conocer a otros, pero las difíciles nos ayudan a conocernos a nosotros mismos. 


Estas conversaciones se sienten como estar en una montaña rusa. Nuestros latidos se sincronizan a la cadencia metálica de las ruedas y el tiempo parece detenerse. El último vagón se detiene en el tope de la parábola.  Subes los brazos anticipándote a la emoción de la caída. De pronto, pum estás abajo. Los vagones se detienen y te bajas del tren pero inmediatamente comienzas la fila para subir de nuevo. Las emociones son tan fuertes que no puedes parar de hacerlo. Tengamos más conversaciones así.

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Teodoro Alvarez
Teodoro Alvarez
Jun 20, 2024
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Un ensayo muy bien escrito sobre un tema fundamental. Es importante para tomarlo en cuenta como aprendices a lo largo de la vida y para el oficio de educar.

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