Cada vez que escucho la palabra experto siento escalofríos. La razón es esta: me aterra la trivialidad con la que socialmente utilizamos esta palabra. No entendemos su significado ni el mensaje que transmite. El valor que asignamos a la palabra experto revela dónde ponemos la vara del conocimiento. Experto significa “dicho de una persona práctica o experimentada en algo” y con “conocimientos especializados y profundos en una materia”. Pero hoy, cualquiera es experto en algo, y muchas veces en más de un área. Algo anda mal.
Everywhere…
En el noticiero de cada mañana siempre hay un experto. En el tema que fuese, siempre utilizan esta palabra para presentar al invitado. Sin importar la trayectoria profesional o sus logros académicos, la palabra experto se volvió el título default en los medios de comunicación. Aún cuando los entrevistados son visiblemente jóvenes, siguen siendo expertos.
El mismo fenómeno lo vemos en redes sociales. En su biografía, todos exhiben ser expertos en algo. Ser experto se volvió una autodeterminación amplia y genérica. Como decía un ejemplo reciente que me motivó a escribir esta reflexión: “Experto en política monetaria y democracia representativa”. ¿Cómo se puede ser “experto” en dos áreas tan radicalmente diferentes? Imposible.
Recientemente conversaba con una profesional que había dejado el mundo bancario después de 35 años de experiencia. Actualizando su perfil de LinkedIn había quedado extremadamente atónito con la cantidad de personas que se juzgaban “expertos” en sus biografías. Mencionaba que jamás se le ocurriría ostentar un título de experto, sin importar la cantidad de años de trayectoria profesional. Lo más interesante, su razón; el autodeterminarse experto en gran parte te quita la humildad intelectual para continuar aprendiendo y eso, con el paso del tiempo te hace menos experto.
El rol de la edad
Vale la pena una pregunta simple: ¿Puede ser alguien experto en algo a los 30 años? ¿Puede alguien que ha acumulado apenas 10 años de experiencia considerarse un experto? Yo pienso que rotundamente no; alcanzar la experticia necesita obligatoriamente de tiempo, experiencia y repetición.
Malcolm Gladwell sostiene que 10,000 horas son suficientes para convertirse en maestro. Bajo esa premisa, si una persona desde los 20 a 30 años, dedicara la mitad de la jornada laboral a una tarea especializada, tardaría 12 años en pasar ese umbral. Eso asumiendo que se ha dedicado enteramente a un área de trabajo. Entonces ¿expertos a los 30 años? Altamente improbable.
El ejemplo más ilustrativo es un piloto de avión. ¿Un jóven piloto con apenas 100 horas de vuelo es un experto? Indudablemente no. Sí, es bueno pilotando y por eso es piloto profesional. Pero la experticia viene con otros elementos. En cambio, un piloto que ha acumulado 20,000 horas de vuelo ha experimentado diferentes aviones, múltiples rutas y un sinfín de experiencias. ¿Por qué se valora la experticia en la aviación? Porque cuando el avión empieza a caer, cada hora de vuelo, cada conocimiento técnico y cada detalle pueden ser la diferencia entre vivir o morir. Tenemos que valorar la experticia en otras industrias con la misma seriedad que en la industria aeronáutica.
Analyst, por default
Personalmente, me encanta que la gran mayoría de posiciones para jóvenes en Estados Unidos se denominan ‘analyst position’. Una simple palabra envía el mensaje que el rol de analista de primer año, es precisamente aprender, experimentar diferentes tipos de casos y entender a profundidad los ‘drivers’ de la industria. Los analistas no toman decisiones, pero analizan los casos, organizan la data y brindan recomendaciones basadas en evidencia. En la industria que sea, las habilidades analíticas se perfeccionan cuando se combinan con la experiencia.
Los estudios jurídicos son un ejemplo interesante. Para los pasantes y abogados jóvenes, los primeros años son una experiencia realmente tediosa y repetitiva; escritos, mociones, presentación de documentos una y otra vez. Las horas son largas y la presión alta. Pero es precisamente ese sumergimiento profundo lo que permite convertirse en una esponja, aprendiendo de los abogados con más experiencia. Y esa exposición constante a miles de casos durante años, les lleva hacia la experticia legal.
Y sí, aquí la parte que como jóvenes nos cuesta aceptar (incluyéndome): para trascender a nivel profesional hoy, hay que ser expertos en un área. Pero para llegar hacia allá, nada ayudará más qué la repetición y la experiencia. Por eso, la repetición culmina en experiencia, factor clave de la experticia. Como dice el dicho: haciendo se aprende. Muchas veces queremos ser el socio principal de la firma de abogados que solo litiga casos emblemáticos. Pero como jóvenes, nos estamos olvidando que para llegar allá, hay un camino que recorrer, y que no hay atajos que te lleven a la experticia más rápido que el camino de la experiencia y la repetición.
Valorar la experticia
Este artículo me ha causado dos grandes dudas. La primera, cómo podemos, a través de cambios concretos, revalorizar la palabra experto. Pero también, ¿cómo podemos construir una sociedad que valore la experticia a nivel profesional? Abajo, no hay respuestas claras pero sí algunas ideas.
Primero, estoy convencido que sí podemos revalorizar la palabra experto con acciones concretas. Por ejemplo, criticar a los medios de comunicación cuando presumen como experto a una persona que evidentemente no tenía experiencia ni experticia en el área. Esto llevará a que los medios de comunicación sean más selectivos en dar vitrina a quién realmente conoce y puede aportar al tema en cuestión.
Pero el otro extremo tampoco es saludable: un puñado de voces llamadas ‘expertas’ no pueden cooptar todos los espacios mediáticos. Inclusive en periódicos prestigiosos, parecería que solo conocen a un economista, a un abogado constitucional y a un promotor de turismo. Y cada vez que hablan de ese tema, recurren automáticamente a este puñado de voces monótonas que dicen siempre lo mismo. Al ser críticos con los medios de comunicación sobre qué voces amplifican, podemos elevar la vara con la que juzgamos la experticia.
El mismo principio se aplica en procesos de contratación. Como regla, desconfíen de los candidatos que se autodeterminan como expertos, a menos que sea evidente que tienen 20 o 30 años de experiencia. Contratar una mentalidad es ampliamente más efectivo que contratar un título vacío y autodeterminado. La historia lo enseña: las empresas se derrumban cuando piensan que saben todo y que no hay nada nuevo por hacer. Contratar perfiles profesionales con esa mentalidad es dispararse en el pie.
Ahora queda el reto, ¿cómo hacer que la palabra experto se valore profesionalmente? Pensaba en mi caso. Objetivamente hablando, he leído más sobre economía del desarrollo que el 95% de economistas del Ecuador; pero bajo ninguna circunstancia tendría la osadía de llamarme experto en Economía de desarrollo. Hay demasiado por aprender, muchas experiencias por vivir y muchísimas información todavía por absorber. Quizá la lección radica aquí: busquemos ser expertos, pero expertos en aprender. Eso sí hará la diferencia.
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